Artículos Sobre Emilio El Moro

 Algunas menciones y artículos sobre Emilio Jiménez Gallego

1987

 

Murió el popular humorista Emilio "El Moro"
 Emilio Jiménez Gallego, conocido artísticamente como Emilio "El Moro", falleció el pasado domingo en Alicante, ciudad donde fue enterrado el lunes. Emilio "El Moro", que contaba 63 años de edad, murió tras permanecer veintitrés días ingresado en una clínica, por las quemaduras que había sufrido en un incendio doméstico, producidas al encender un cigarrillo en su casa, donde había un escape de gas.
 Emilio "El Moro", popular cantante y humorista de teatro, salas de fiestas y variedades —siempre tocado con un fez moruno—, cumplía ahora 37 años de carrera artística. Había grabado hasta cuarenta discos y sus comienzos se sitúan junto a los grandes del cante flamenco, como Marchena, Farina, Mólina y Juanito Valderrama, con el que trabajó todo el año pasado. El tallecido se encontraba de gira en el momento de su fatal accidente y debía actuar la semana próxima en Valencia y otras localidades levantinas.
La Vanguardia, miércoles, 15 de julio de 1987, página 41.Madrid. (Efe.)

1993

Emilio El Moro, Memoria de la copla
 Se llamaba Emilio Jiménez y tuvo una curiosa especialidad: la de cantante cómico-flamenco. Realizaba parodias de éxitos de grandes figuras. Fue cantante precoz. En Melilla, su tierra, se presentó con quince años en un concurso flamenco que ganó y así, consecutivamente, siete en total, con fandangos, soleares, tientos, polo, caña. Era simpático y dicharachero. Y cierto día cantó flamenco pero al estilo árabe, medio en broma. Tal éxito tuvo que decidió actuar en adelante en esa línea humorística. Y así, en el año 1949 se presentó en Madrid con chilaba, turbante, babuchas y una barba postiza. Figuró en las mejores compañías de variedades. Atiplaba la voz, a propósito, para conseguir mejores efectos cómico-vocales, pero sabía cantar muy bien cuando encontraba el momento oportuno. Hizo parodias de populares canciones, como "Esperanza", "El toro y la luna", "Billetes verdes", "El primer bautizo", "El porompompero", "Yo soy un hombre del campo". La lista sería interminable, con más de mil títulos. Murió a finales de los años ochenta.
Memoria de la copla. La canción española. De Conchita Piquer a Isabel Pantoja, Alianza Editorial, 1993, página 290. 
Manuel Román

1993

Emilio "El Moro" "Cuatro hombres buenos"
 De Emilio Jiménez Gallego puedo decir muchas cosas, pero es probable que todas confluyan en una sola, aplastante y definitiva: Emilio fue genial. Genial es subvertir el orden provocando sonrisas malévolas y parodiando lo suntuoso del género sin más. La manera de dar la vuelta a las coplas dramáticas y epopéyicas que usó este Emilio, es inalcanzable por quien se lo proponga. Atiéndase si no a este incunable sobre la copla "En tierra extraña": Más de pronto se escuchó / una burra rebuznar. / Quietos todos, dije yo, que la vamos a ordeñar, / pa guisarla tiempo habrá.

 Nació en Melilla, como saben los más de los mortales. Conocía bien la forma de hablar del moro popular y un día montó una parodia DE "La niña de fuego" que tituló "La niña de la candela". De ahí arrancó todo, dejó su taller de pintor decorador y se dedicó a parodiar, a cantar, a viajar, a hacer gracia, porque Emilio "El Moro" hacía gracia, mucha gracia. Aparecía con chilaba y gorrito y comenzaba imitando a los cantantes flamencos del momento. Lo hacía con primor y con mucha chufla. El secreto estaba en que Emilio cantaba prodigiosamente bien. Cuando se presentó en el Price de Madrid con el nombre de "El Moro de Melilla", se publicitaba con la frase de "El cantaor de las siete voces". Su facilidad para los cambios y la parodia se hacía prodigiosa y su gracia resultaba desbordante.

 Tenía cara de "coñón" y una visión del mundo cercana al más puso surrealismo. Decía que una carcajada alimenta más que un pollo y en virtud de ello alimentó a medio mundo. Sus cosas no se quedaron aquí en España. Viajó a toda América, donde debía adaptarse a los diferentes públicos, ya que su trabajo era cuestión de psicología; decía ser terrestre y estar a ras de tierra en todas las tierras; los públicos son semejantes, aunque cambien las costumbres. Me contó que, estando en Cuba coincidió con el canje de prisioneros por tractores y maquinaria y que a un jorobado no lo querían aceptar los norteamericanos, a lo que el pobrecillo repuso: "Cambiadme al menos por unos alicates".
 Emilio hablaba así, salpicaba la conversación con algún falsete o con una letrilla improvisada cogiéndote siempre a contrapié. Nunca he acabado de saber si se adelantó a su tiempo, si su enclave no era éste, el de una España algo inocente y sin acabar de dar el paso hacia la perversidad. Escuchar ahora a Emilio "El Moro", en estos tiempos de reciclaje de la copla con auténticos exégetas dispuestos a la reinterpretación y a la triple lectura y al asombro y a tantas cosas más; escucharle digo, es caer en la cuenta de su sutil ironía, de su humor irresistiblemente sincero y a la par delicadamente culto.

 Sus chistes eran si no malos, sí normalitos, pero en cambio sus adaptaciones eran absolutamente inigualables, igual las cantaba que toreaba con la guitarra o fumaba mientras cantaba. En una ocasión, su número consistió en salir al escenario, sentarse, encender un cigarrillo... y quedarse quieto con su cara de guasa mirando al público más minutos de los imaginable. Empezó una risa, luego otra, otra más y así acabó riendo a carcajadas el teatro entero, y Emilio "El Moro" no había hecho absolutamente nada. Ése era su poder.

 Murió entre gases en su casa de Alicante, no hace demasiados años. Tiempo antes me había dicho una de las suyas, de las que habría que esculpir en el frontispicio de las escuelas de la vida. Le pregunté que qué le habría gustado ser. Me dijo que le hubiera encantado trabajar en un maravilloso mundo de silencio, donde no hubiera mujeres, ni turistas, ni sacamuelas. Eso sólo es posible -añadió- siendo hombre rana."
"Cuatro hombres buenos", Historia de la copla, Blanco y Negro, ABC, 21 de marzo de 1993
Carlos Herrera

1998


CD Cincuenta grandes éxitos de Emilio El Moro
 Para entender la figura de Emilio el Moro hay que situarse en la España en que vivió y triunfó. Para las nuevas generaciones, es un nombre que puede no decir nada. Incluso un absoluto desconocido pese a que Carlos Cano le dedicó un sentido homenaje musical rescatándole del olvido. Y es que si la canción en general tiene un rápido envejecimiento, el humor, que era el género musical por el que había optado este cantante y guitarrista se conserva aún peor.

 Muchos piensan, y ha habido políticos interesados en que así se crea, que la copla es una invención del franquismo. O al menos, que el régimen la apoyó como muestra de su talante nacionalista. Y no es así. La copla nació a finales de los años veinte, bajo la dictadura de Primo de Rivera y antes de que se proclamara la II República española. Precisamente tuvo días de apogeo en esos años de la República. Estrellita Castro grabó "Mi jaca" en 1931. Y esos años treinta significaron grandes triunfos para Miguel de Molina, Angelillo, Imperio Argentina, Conchita Piquer y otros muchos.

 La Guerra Civil partió España en dos y también quedó rota la copla. Pero se seguía interpretando en ambos bandos e incluso se podían escuchar las mismas canciones. Miguel de Molina cantaba "Ojos verdes" en el lado republicano y Conchita Piquer lo hacía en el rebelde. Al acabar la Guerra Civil española los cantantes supervivientes pudieron seguir cantando las emociones de la copla a los españoles que también habían sobrevivido a la feroz contienda y a los ajustes de cuentas desatados en ambos bandos. A los pocos meses de terminar la guerra en España estalló la II Guerra Mundial y España quedó definitivamente aislada del resto del mundo. Por la guerra y por la predisposición de Franco hacia el régimen alemán.

 Así que España se tuvo que conformar sin importaciones, excepción hecha de Argentina y pocos más, por lo que nos llegó más fácilmente el tango que el swing y Carlos Acuña que Frank Sinatra. Por lo tanto, la música que se grababa y escuchaba en España era, fundamentalmente, española e hispanoamericana. Y como la música española predominante en esa época era la copla, muchos la tildaron de música franquista. Lo mismo podían haber dicho de las rancheras, que nos llegaban con profusión, o de los boleros. Pero el sanbenito se le cargó a la copla que se quedó ya con el sello de franquista, infamante anos después.

 Esa es la España en que apareció Emilio Jiménez, que es nombre real de quien todos conocemos como Emilio el Moro. Había nacido en Melilla y de ahí su apelativo africano. No intentó hacer canción humorística hasta que se dio cuenta de que haciendo flamenco y copla en serio tenia rivales de la talla de Manolo Caracol o Juanito Valderrama, por poner solo dos ejemplos. Pero sus comienzos fueron los de un cantaor de escuela. A los quince años ganó ya un concurso en su ciudad natal y lo ganó cantando fandangos y soleares.

 Empezaba a ser ya famoso en el Norte de Marruecos, entonces protectorado español, pues estábamos en los años cuarenta, y durante varios años más siguió presentándose y ganando el concurso hasta siete veces consecutivas. Pero veía que pese a ser el número uno en Melilla no lograba abrirse paso en los ambientes flamencos de la península. En sus actuaciones solía alternar las canciones dichas en serio con bromas imitando el estilo árabe de hacer flamenco, en ese crisol de culturas que era Melilla. Al público marroquí podía no hacerle mucha gracia, pero a los españoles empezaron a divertirles aquellas parodias y Emilio pensó que esa podía ser su salida, porque en ese terreno no había competencia.

 En la copla, y en general en todo el folklore español, abundan las canciones humorísticas. Desde esas coplillas que zaherían a curas, esposos cornudos y borrachos, a las jotas de picadillo donde se enfrenta el ingenio de dos improvisadores, habitualmente hombre frente a mujer, en las que se ponían verdes pero con gracia y elegancia. Algunos de esos desafíos fueron adaptados posteriormente por dúos famoso de la copla, como Pepe Blanco y Carmen Morell y, sobre todo, por Juanito Valderrama y Dolores Abril que grabaron innumerables jotas de desafío con el nombre genérico de "peleas en broma".

 Lo de Emilio Jiménez era distinto. De lo suyo no había tradición. Era un innovador no sólo por cantar a lo moruno sino por la distorsión del mensaje original que lograba en sus letras tan absurdas como surrealistas. El descubrimiento público de Emilio el Moro se produjo en 1949 cuando dio el salto a Madrid donde se presentó con turbante, chilaba, babuchas y hasta una barba postiza. Su especialidad era tomar las coplas que triunfaban en las voces de Juanita Reina, Conchita Piquer, Antonio Molina o Lola Flores e ir alterando la letra haciéndola a la vez reconocible en sus rasgos generales y desternillante por los cambios que introducía.

 La longevidad artística de Emilio el Moro fue tan grande que sobrevivió al eclipsamiento de la copla y se metió de lleno en el terreno de la música pop y rock, camino por el que le saldrían, ya en los sesenta, unos competidores inesperados: las comparsas carnavalescas gaditanas que empezaron a grabar a mediados de la década. Especialmente una que con el nombre de Beatles de Cádiz lograron una gran, aunque efímera, popularidad. En ese terreno de actualidad pop fueron notables sus parodias sobre el "No tengo edad" con el que Gigliola Cinquetti ganó San Remo y Eurovisión en el 64. Realizó versiones desde ritmos bailables como el "Casatschok" hasta canciones del verano como "María Isabel"; ni siquiera Serrat o Víctor Manuel se salvaron de sus parodias.

 El año del descubrimiento de Emilio el Moro había sido el 49, pero el de su consagración fue el 52, cuando llegó a formar compañía propia o a figurar en letras grandes en los espectáculos de las mejores figuras. Para hacerse idea de su rápida consagración tenemos tres fechas: el 3 de abril encabezaba el programa "Nuevas estrellas", junto a Marisol Reyes, que se estrenaba en el Circo Price de Madrid. Tan solo tres meses más tarde ambos dejaban de estar considerados como novedad para encabezar un nuevo espectáculo que se llamó "Sueños de gloria" y se estrenó el 16 de julio, también en el Price.

  Y poco más tarde, Emilio el Moro se lanzó, como cabecera de compañía a la conquista de América en un espectáculo titulado "Tambores sobre América" en el que le escoltaban Tomás de Antequera y Amalia Molina. Todo ello, en tan solo seis meses de ese mágico, para él, año 1952. Tras esa consagración, prosiguió en los años siguientes alternando espectáculos propios, en los que el artista arriesgaba su dinero con otros donde respaldaba nombres famosos, menos productivo pero mucho más seguro, porque en esos casos el cantante iba a precio fijo.

 Más sorprendente fue su actividad a partir de finales de los cincuenta, cuando parece que la copla empieza su descenso ante el empuje de la nueva música pop anglosajona y los complessi italianos. Por ejemplo, en un rápido repaso del decenio largo que va del 58 al 69, Emilio el Moro participó en los siguientes espectáculos: En 1958 protagonizaba en el Teatro Calderón de Barcelona "El Congreso del Humor" que le tenia como máxima figura. En el 59 inició una gira, con compañía propia, con "El último tupé", deformación, según su costumbre, del famoso "Último cuplé" de Sara Montiel. Y en el 60, coronando o empezando década, era la segunda figura del montaje "Cita de estrellas" que encabezaban Juanito Valderrama y Dolores Abril como empresarios y estrellas.

 Sigamos el recorrido artístico de Emilio el Moro en esos años, aunque centrándonos tan solo en los montajes de mayor repercusión, porque también en la copla había fiascos y proyectos que apenas duraban unas semanas. En 1961 Juanito Valderrama decidió reforzar su compañía de canciones y entre las estrellas que fichó para competir con la emergente música pop (el Dúo Dinámico ya había triunfado con temas como "Quince años tiene mi amor") contrató a Estrellita Castro, Manolo el malagueño y... Emilio el Moro. El año 62 (El del "Perdóname" del Dúo), le vemos en la compañía de Juanita Reina en el espectáculo de Quintero, León y Quiroga "Olé con olé" y con su nombre por delante del de Caracolillo que a sus muchos méritos sumaba el de novio de la propietaria de la compañía, la propia Juanita Reina.

  El 64 fue otro año importante para Emilio el Moro. En febrero volvía a estar en la compañía de Juanita Reina en el espectáculo "Señorío", también con Caracolillo que ese mismo año se casaría con la más popular tonadillera de la época. En agosto, mientras Juanita y Caracolillo realizan su viaje de novios, Emilio el Moro se presenta en el Price de Madrid con el montaje "Flamenco... verano ... y olé" junto a Enrique Montoya. Un año después, en el 65, sigue en el Price pero esta vez con la Niña de la Puebla en un espectáculo de alto nivel flamenco titulado "Así canta Andalucía" con el que haría gira por España.

 Un año más tarde regresa a Madrid, al Calderón, con el mismo espectáculo pero potenciado con el añadido de Pepe Marchena como primera figura y Manolo el Malagueño reforzando el elenco. En el 68, ya en plena barahúnda pop con Beatles, Rolling Stones y cien grupos anglosajones más quitando el sitio a los artistas españoles hasta en las emisoras andaluzas, Emilio el Moro, tocado con su característico fez rojo (el gorrito clásico marroquí), era la segunda figura del espectáculo "Buenas noches, España" que encabezaba el Príncipe Gitano. Y para completar el largo decenio que hemos citado, en el 69 Emilio cantaba con el histórico Angelillo y Marisol Reyes en la obra "Flamenco y olé".

 Raro caso de supervivencia en un mundo cambiante que parecía dispuesto a engullir a los artistas de la copla, la vieja guardia de la música popular española y hacerlos desaparecer para siempre. No lo consiguieron y si la presencia de Emilio el Moro se hizo menos frecuente en escenarios y tablaos era porque el espectáculo de copla resultaba inviable por su concentración de figuras, con unos cachés que ya no podía soportar ningún empresario. Pero su recuerdo permanecía vivo, como uno de los más divertidos y lúcidos creadores que había tenido la canción española.

 Porque conviene saber que aunque ustedes no vean la firma de Emilio Jiménez en las adaptaciones de esas canciones que él transformaba con arte y gracia, todas eran suyas. Pero las editoriales musicales de la época le prohibían cantarlas si, encima, quería cobrar por su ingenio. Tan solo le dejaban grabarlas si renunciaba a sus derechos de autor que permanecían en manos del letrista original, aunque poco o nada tuvieran que ver los textos de uno y otro. Era la tiranía del que tenía la sartén por el mango y si quería seguir con sus parodias musicales no le quedaba otro remedio que pasar por el aro.

 Pero aunque no estén firmadas, tiene su sello personal, la gracia que parece de Cádiz pero es de Melilla y el talento de un autor subversivo que se ríe, y nos hace reír, cuando la canción parece exigir el llanto y se va por los cerros de Úbeda, y nos lleva con él, cuando el tema parece exigir lógica. Eran letras absurdas y surrealistas que entonces pasaron como gracias sin mérito y con el tiempo han situado a Emilio el Moro entre los mejores humoristas del absurdo en nuestro país, emparentado quizás con el genial Luis Sánchez Polack, Tip.

 Emilio Jiménez, Emilio el Moro, murió en los años ochenta, olvidado por muchos pero admirado por algunos que supieron dar la cara cuando la España de la cultura oficial se había olvidado de él, como un residuo molesto de una época que prefieren ignorar. Carlos Cano fue quien se encargó de sacarle de nuevo a la luz por medio de una canción, "Las murgas de Emilio el Moro" que incluyó en su álbum "Cuaderno de coplas" de 1984. La canción, en ese divertido ritmo de la murga, estaba llena de quiebros a la lógica y de figuras disparatadas. Y tenía una sentida dedicatoria: "Para don Emilio Jiménez, Emilio el Moro, que me alegró las colas de la leche americana y el cartón de pobre. ¡A su salud!" Un dedicatoria que podían haber firmado, que debían haber firmado, muchos otros españoles.
Notas en el CD Cincuenta grandes éxitos de Emilio El Moro (RAMALAMA, RC 50312, 1998)
José Ramón Pardo

1999


Una antología recupera el humor y la voz de Emilio el Moro
 El disco reúne 24 temas del cantante de la España 'cutre' de los sesenta
El nuevo lanzamiento de Tablao, sello flamenco de BMG, es una recopilación de 24 cantes de Emilio el Moro (Emilio Jiménez Gallego; Melilla, 1924-Alcoy, 1987). El cantante de la España cutre de los cincuenta y sesenta convirtió el flamenco y la copla en arte de masas: llenó las gasolineras de casetes (grabó 40 discos) y las fiestas de seguidores apasionados. Su imagen, con el fez marroquí tocándole la cabeza, hizo de él un icono de esos años.

 El disco, titulado Antológicamente, Emilio el Moro, ha sido producido por Juan Verdú, se edita con ayuda de la Fundación Autor y es el tercer volumen de la colección Flamenco Pa'tos: una parte de las ventas se destina a las escuelas infantiles de Gomaespuma en Calcuta (India).

 Verdú cuenta que Emilio el Moro fue uno de los pocos flamencos que se han subido a las tablas para tratar de divertir y hacer reír al público. 'Las murgas de la Alameda sevillana con Regaera, Escalera, Carabolso...; El Peluso, trianero y cantaor que actuaba ataviado de Charlot; el carnaval gaditano, y Emilio el Moro, de Melilla, pintor de brocha gorda y cantaor aficionado, han sido los mejores ejemplos del humor flamenco'.

 El Moro se convirtió en el trovador de la España de la cartilla de racionamiento, en un sultán del humor para aquellos tiempos de miseria y tristeza. Su imagen, con el fez marroquí tocándole la cabeza, hizo de él un icono de esos años terribles: como dejó escrito el cantautor Carlos Cano, 'nos alegró las colas de la leche americana y el cartón del pobre'.

 Lo hizo en múltiples giras por los pueblos y actuando en el popularísimo Circo Price, muchas veces parodiando éxitos del momento como Canastos, El relicario, Esperanza, Jamonera pueblerina, Mujeres feas o El emigrante. Él mismo adaptaba las letras a su personaje, y en esa última canción decía: 'Cuando salí de Marruecos / volví la cara riendo / porque pasé la aduana / con mil cajas de mecheros'.

 Pero también ejercía de discípulo del maestro de la guitarra flamenca Niño Ricardo, y era muy capaz de cantar flamenco por derecho. 'Se tocaba y se cantaba que daba gloria', dice Verdú. 'Era un cómico genial y un hombre con una sensibilidad, una afinación y un buen gusto muy raros en esa época', añade. En el disco, que reúne gran parte de su repertorio más famoso (incluidos los fandangos), destaca el eco de su voz. Para Verdú, 'El Moro tenía una voz preciosa, marchenera, muy dúctil: se aflautaba y era jonda a la vez. Copiaba a los mejores cantaores, y a muchos los mejoraba. Los fandangos, sobre todo, y sus imitaciones de Antonio Molina eran sensacionales: estuvo a punto de retirarle'.
Miguel Mora · Madrid El País, domingo, 23 de junio de 2002  

2002

Canta Carpanta
 Escasos Flamencos han subido a los tablaos con el afán de divertir, de hacer sonreír amén de sentir. No estaba bien visto y sigue sin estarlo -¡Donde esté un luto!-. El primero o el más destacado fue aquel Chato de las Ventas, buen cantaor significado por su republicanismo, que al parecer murió de un ataque al corazón al serle anunciado, con ese característico sentido del humos de la España enfurruñada, que iba a ser fusilado al amanecer. Otros simpáticos hacedores de quejíos fueron Paco Flores, Carlos Franco o El Peluso, trianero y cantaor de verdadero regusto flamenco que actuaba ataviado a lo Charlot. Con ellos, el carnaval gaditano y las famosas murgas de la Alameda sevillana con Regaera, Manolín, Escalera, Carabolso... Tampoco estaban a la sazón las cosas para mucha risa. Cuenta Juanito Valderrama que "a Regaera, como a la murga y a todo el Carnaval de España, al Carnaval de Cádiz mismo, parece como si se lo tragó la tierra". Las chirigotas dieron paso a las descafeinadas comparsas; comparsas del Movimiento.

 Emilio Jiménez Gallego (Melilla,1924-Alcoy, Alicante,1987), Emilio el Moro, en su Melilla natal fue pintor de brocha gorda y cantaor aficionado. Quince años tenía, "mi amoll", cuando decidió hacerse concursante habitual llevándose a casa toda clase de premios flamencos. Mas entonces estos certámenes no daban para mucho. Fue su idolatrado Manuel Serrapí, Niño Ricardo, quién al escuchar las portentosas facultades del muchacho por desgracia no acompañadas de una fundamental personalidad cantaora, le aconsejó que buscara algo diferente... Siguió el consejo hasta el más allá y Emilio apareció en la península transformado. El mismo se presenta por bulerías en la pieza de esta colección:
 Cuando salí de Marruecos / volví la cara riendo / porque pasé la aduana / con mil cajas de mecheros.

 Yo soy un pobre emigrante / y vine a esta tierra extraña / más despistao que un camello / dentro de una farmacia.

 Con mis cuerdas y mi guitarra / y estas ganas de reír / yo me vine pronto a España / y ahora yo vivo en Madrid.

 Se convirtió, con porfiado sentido de la hambruna, en el trovador de la España del racionamiento, del quimérico jamón serrano. Nuestro Carpanta, "Sultán de Humor", aún veinteañero comenzó a destacar con su nueva imagen moruna: turbante (pronto sustituido por un fez), chilaba, babuchas y barbas de Ben Laden, desechadas después. En el madrileño Circo Price, donde se anunciaba como "El Moro de Melilla, el cantaor de las siete voces" -en el disco se pueden apreciar- consiguió su primer triunfo. Parodiaba el hit del momento, La Niña de Fuego -La Niña de la Candela-, de Manolo Caracol y Lola Flores. A partir de ahí va a convertirse en uno de los humoristas más destacados, tal vez el primero de los años cincuenta y primeros sesenta. Pasará por todas las principales compañías de variedades y creará sus propios espectáculos, como El último tupé. Igualmente fue aclamado en toda la América hispana.

El fuerte de su repertorio serán las versiones de rústico surrealismo sobre piezas en boga. A veces asumía el papel de dos protagonistas en sus respectivos timbres. Por ejemplo, en Canastos, adaptación libre del éxito de Luis Mariano y Gloria Lasso. Le sacaría punta a las coplas de Juanito Valderrama -"Juanito Súbete a la Rama", le rebautizó-, Rafael Farina, Enrique Montoya -Esperanza, A la feria de Graná-, Manolo el Malagueño -Un amigo mío-, Antonio Molina -escuchen El macetero, y la característica voz de sirena que bien se puede apreciar en el gráfico sonoro que nos traza al final del número-, o a Pepe Pinto. La insuperable adaptación del inefable Trigo limpio del Pinto es más que genial. Tan sólo la "salida" del cante marca el cenit del estilo Emilio. Luego, aquellos recitados machistas que hicieron época alcanzan en el decir "moro" de Emilio el colmo de lo grotesco curando al número en salud. Hay que complementar la escucha de esta pieza pinturera acudiendo a Menos faltarme en la calle, donde sigue la diversión a costa del repertorio literario del marido de la Niña de los Peines. Y Emilio le cantaba todo esto al público, con toda la poca vergüenza del mundo -en el buen sentido-, en los mismos espectáculos en que compartía escenario con los imitados. Además, en el terreno específicamente flamenco, solía abrir sus intervenciones remedando "por derecho" y con particular fidelidad a los principales cantaores de todos los tiempos.

 Encontramos en el disco un popurrí, en que recuerda Una paloma blanca de Molina, Campanitas de la aldea de Jorge Sepúlveda/ Cojo de Huelva, Angelitos negros de Machín... Aparece el famoso Vino amargo de los inolvidables Farina y maestro Freire. Revisiones aflamencadas de éxitos de Conchita Piquer -Con divisa verde y oro-, Sara Montiel -El relicario-, o la conspicua Ovejita lucera que cantó Pepe Mairena de los compositores Almagro y Villacañas -Mi perrita pequinesa, Toro nevao-. Y mucho mejor escucharle a Emilio aquello de Si vas a Calatayud, que a la tuna ¡Dónde va a parar!. Hay una serrana, cante llevado hasta el paroxismo del gorgorito inaudito por los contemporáneos de nuestro morito bueno, a los que caricaturiza, como también remoza la parte literaria:

La serranía / yo recorro en bicicleta, / yo recorro en bicicleta / con valentía.

Robo y requiso, / pero más que contrabandista / soy un chorizo, / de Cantimpalo.

 Remata, según otra caprichosa y lamentable costumbre de aquél entonces, con una media granaína en la que Emilio ensalza no ya las bellezas del patrimonio granadino, como es habitual, sino que celebra buena parte del territorio nacional. Eso sí, con disléxica orientación. Sigue recordando a su especial forma, el arte de Manuel Vallejo -II Llave de Oro del cante-. En Pena y alegría del amor, resurge el recitado "moro" de Emilio en otra de sus mejores recreaciones. E introduce su Jamonera pueblerina en son bulearero con una característica falseta "ricardera", de complejo arpegio, que borda. Verdaderamente en todo el número se muestra con especial sabiduría tocaora.

 Su formación artística era enorme. Discípulo de Niño Ricardo, tocaba la guitarra en todas las posiciones: Mi, Re, La... Como dice Guillermo Fesser, ¡hasta ponía cejilla!, que es muy difícil. Pero además, cual Hendrix unplugged, se pasaba la bajañí por todo el cuerpo, incluida la espalda, mientras la hacía sonar con una sola mano, o toreaba con ella. Al tiempo iba cantando y, a veces, también fumando (aunque parece ser que no de eso que fuman los moros, un cigarrito de la risa). Cuentan que en una de sus comparecencias, el sketch consistió en salir al escenario, sentarse en una silla y fumarse un purito con cara de coña. Naturalmente fue un pelotazo. Todas las falsetas, variaciones y adornos de guitarra que escuchan aquí, bien traídas por Emilio, son composiciones de Niño Ricardo, una verdadera eminencia cuyo ejemplo acunó a la generación que encabeza Paco de Lucía. El mismísimo Ricardo le dedicaría la pieza titulada El moro Emilio.

 La presente selección recoge lo mejor de Emilio el Moro, el repertorio de esa etapa en que reinaba en los escenarios cuando el mismo se acompañaba a la guitarra tanto en el estudio de grabación como de cara al público. Pasado el tiempo le secundaron en los discos maestros de la sonanta como Manolo Sanlúcar o Félix de Utrera, pero no se volverá a alcanzar ese grado de genialidad en las piezas que la propia libertad de acompañarse impulsaba. Son, además, éstas últimas las obras que más "difusión" han tenido en los últimos tiempos; las que peor han envejecido, las de decadencia, las que menos favor le hacen. Tras la reivindicación del personaje que hizo Carlos Cano, en 1985 con Las murgas de Emilio el Moro, el preclaro estrabismo industrial de estos lares nos empezó a mercar con cuentagotas lo peorcito del morito de Melilla. Carlos Cano quiso acompañar su canción con la siguiente dedicatoria: "Para don Emilio Jiménez, Emilio el Moro", que me alegró las colas de la leche americana y el cartón del pobre ¡A su salud!".

 Lástima no poder verle en directo. Su cara era ya de puro cachondeo y los gestos no digamos. En los últimos años de su dilatada carrera tomaba parte de las galas habituales del teatro chino y todo el circuito no subvencionado de las variedades. Murió Emilio el 10 de julio de 1987, a consecuencia de un accidente doméstico provocado por un escape de gas. Ese año se nos fueron también La Piriñaca y Chiquito de Triana, Manuel Agujetas se recuperaba de una grave afección, la Cumbre Flamenca tocaba a su fin, y en Marruecos se celebró el I Encuentro Internacional de Música y Danza Camino del Flamenco.
Notas del CD Antológicamente, Emilio el Moro (BMG/Tablao 74321 948912, 2002)
José Manuel Gamboa

2004

EMILIO "EL MORO"
 Emilio Jiménez Gallego nació en melilla en 1924. Aficionado desde niño al flamenco, a la edad de 15 años pasó en su tierra natal un concurso de cante para aficionados, el mismo concurso que ganaría en los años siguientes hasta en siete ediciones, aunque sin llegar nunca a convertirse en cantaor profesional y ganándose la vida como pintor de brocha gorda. Fue por aquél entonces cuando el guitarrista flamenco Manuel Serrapí "Niño Ricardo", uno de sus grandes ídolos de juventud, le aconsejó que intentara encontrar un estilo propio y diferente ya que, aunque tenía grandes facultades vocales para el cante, carecía de la honda y arraigada personalidad flamenca necesaria para ser un buen interprete de cante jondo. Siguiendo este consejo, Emilio decidió adaptar su estilo como cantante a su propia personalidad bromista y humorística, salpicando sus interpretaciones con parodias del cante árabe con las que pronto logró una notable popularidad en la región del norte de Marruecos.

 El salto a la popularidad de Emilio Jiménez en toda España se produjo a partir de 1949, año en que se presentó en Madrid con el sobrenombre artístico de "El Moro de Melilla", ataviado con turbante (reemplazado después por un fez, el gorro típico marroquí, de color rojo), chilaba, babuchas e incluso una barba postiza que más tarde desechó, y siendo publicitado como "El cantaor de las siete voces" por su gran facilidad para encadenar distintos registros vocales en una misma interpretación. Con su repertorio de cantes flamencos burlescos y de parodias de las coplas más populares, Emilio "El Moro" pronto disfrutaría de un gran éxito en toda España, participando a partir de 1952 (año que también grabó sus primeros discos) en numerosos espectáculos junto a otras grandes estrellas del momento. Con la joven tonadillera Marisol Reyes encabezó a mediados de 1952 dos espectáculos que se estrenaron en el Circo Price de Madrid: Nuevas Estrellas (en abril) y Sueños de gloria (en julio). En agosto de ese mismo año Emilio "El Moro" se presentaba de nuevo en el Price con su propia compañía, en la que figuraban Tomás de Antequera y Amalia Molina, con el espectáculo Tambores sobre América, con el que se embarcó seguidamente en su primera gira por tierras americanas.

  Asentado ya como artista de éxito, durante los años 50 y 60 Emilio "El Moro" sería reclamado para formar parte de las compañías de grandes estrellas de la canción como Juanito Valderrama, que le contrató para sus espectáculos Caras conocidas (1956) Caras Conocidas 2 (1957), y Cita de estrellas (1960), y Juanita Reina, en cuya compañía militó en los espectáculos Ole con ole (1962) y Señorío (1964). Alternando con estos compromisos Emilio "El Moro" apareció también como estrella absoluta en espectáculos como El Congreso del humor, presentado en Barcelona en 1958, y encabezó su compañía propia en títulos como El Ultimo Tupé, con el que realizó una gira por toda España en 1959. Otros espectáculos en los que participó en los años siguientes fueron Así canta Andalucía (1965), con Niña de la Puebla, Buenas noches España (1968), junto a Príncipe Gitano; y Madrid, flamenco y olé (1969), compartiendo escenario con Angelillo y Marisol Reyes. Como en el caso de muchos otros artistas de la época, la carrera de Emilio "El Moro" también se vio afectada por los años m70 por el declive de los grandes espectáculos de copla y variedades, dedicándose a partir de entonces a las galas en salas de fiestas y en otros locales de pequeño aforo, y redoblando su fértil actividad en los estudios de grabación hasta completar un catálogo de más de 1.000 títulos.

 Emilio Jiménez Emilio "El Moro", falleció el 10 de julio de 1987 en su casa de Alcoy, Alicante, víctima de un accidente doméstico debido a un escape de gas.
Notas en el CD Emilio el Moro, Novoson CDNS 972/973, 2004.

2008

Emilio <<El Moro>>
 Se llamaba Emilio Jiménez Gallego y tuvo una curiosa especialidad, la de cantante cómico-flamenco. Realizaba parodias de éxito de grandes figuras. Fue cantante precoz. En Melilla, su tierra, se presentó con quince años en un concurso flamenco que ganó y así consecutivamente siete en total, con fandangos, soleares tientos, polo, caña.

Era simpático y dicharachero y cierto día cantó flamenco pero al estilo árabe, medio en broma; tal éxito tuvo que decidió actuar en adelante en esa línea humorística. Y así, en el año 1948, se presentó en Madrid con chilaba, turbante, babuchas y una barba postiza. Figuró en las mejores Compañías de Variedades. Atiplaba la voz a propósito para conseguir mejores efectos cómico vocales, pero sabía cantar muy bien cuando encontraba el momento oportuno. Hizo parodias de populares canciones como <<Esperanza>>, <<El toro y la luna>>, <<Billetes verdes>>, <<La hija de juan Simón>>, <<La Romería>>…, la lista sería interminable.

 Lo de Emilio Jiménez era distinto; de lo suyo no había tradición, era un innovador, no sólo por cantar a lo moruno, sino por la distorsión del mensaje original que lograba en sus letras tan absurdas como surrealistas. Su especialidad era tomar las coplas que triunfaban en las voces de Juanita Reina, Conchita Piquer, Antonio Molina o Lola Flores e ir alterando la letra haciéndola a la vez reconocible en sus rasgos generales y desternillantes por los cambios que introducía.

 La longevidad artística de Emilio <<El Moro>> fue tan grande que sobrevivió al eclipsamiento de la copla y se metió de lleno en la música pop y rock, camino por el que le saldrían –ya en los sesenta- unos competidores inesperados; las comparsas carnavalescas gaditanas, que empezaron a grabar a mediados de la década; especialmente una con el nombre de <<Beatles de Cádiz>> lograron una gran –aunque efímera- popularidad. En ese terreno de actualidad pop fueron notables sus parodias sobre el <<No tengo edad>>, con el que Gigliola Cinquetti ganó San Remo y Eurovisión en el 64. Realizó versiones desde ritmos bailables como <<El casatschock>> hasta canciones del verano como <<María Isabel>>. Ni siquiera Serrat o Víctor Manuel se salvaron de sus parodias.

 El año del descubrimiento de Emilio <<El Moro>> había sido el 48, pero el de su consagración fue el 51, cuando llegó a formar Compañía propia o figurar en letras grandes en los espectáculos de las mejores figuras. Para hacerse idea de su rápida consagración, tenemos tres fechas que nos ha pasado su hijo Emilio: el 3 de abril encabezaba el programa <<Nuevas Estrellas>> junto a Marisol Reyes, que se estrenaba en el Circo Price de Madrid; tan solo tres meses más tarde ambos dejaban de estar considerados como novedad para encabezar un nuevo espectáculo que se llamó <<Sueños de Gloria>> y se estrenó el 16 de julio, también en el Price y poco más tarde, Emilio <<El Moro>>, se lanzó como cabecera de la Compañía a la conquista de América en un espectáculo titulado <<Tambores sobre América>>, en el que le escoltaban Tomás de Antequera y Amalia Molina. Todo ello en tan solo seis meses de ese mágico –para él- año 51.

 Tras esa consagración, prosiguió en los años siguientes alternando espectáculos propios, en los que el artista arriesgaba su dinero con otros donde respaldaba nombres famosos, menos productivo pero mucho más seguro porque en esos casos el cantante iba a precio fijo; porque conviene saber que aunque ustedes no vean la firma de Emilio Jiménez en las adaptaciones de esas canciones que él transformaba con arte y gracia, todas eran suyas, pero las editoriales musicales de la época le prohibían cantarlas si encima quería cobrar por su ingenio; tan solo le dejaban grabarlas si renunciaba a sus derechos de autor que permanecían en manos del letrista original, aunque poco o nada tuvieran que ver los textos de uno y otro. Era la tiranía del que tenía <<la sartén por el mango>> y si quería seguir con sus parodias musicales no le quedaba otro remedio que <<pasar por el aro>>.
 Emilio <<El Moro>> murió el 12 de julio de 1987.

 Recuerdo perfectamente la última vez que estuvimos juntos, fue en la Feria de Mérida de 1982, donde él venía a cantar junto a su gran amigo Juanito Valderrama en un teatro portátil que se llamaba Teatro Candilejas y que dirigía el actor Pepe Sancho, exmarido de la cantante María Jiménez.

 Quiero dar las gracias al hijo de Emilio <<El Moro>> por la información que me ha facilitado, sin su colaboración esto no hubiera sido posible.
¡Gracias y que Dios te lo pague!
POR LOS CAMINOS DE ESPAÑA. Programa radiofónico de la Canción Española. Presentado y conducido por Ramón Zennerts. Merida 2008
2009

Un siglo de copla "Emilio el Moro"
 Emilio Jiménez Gallego nació en la Ciudad Autónoma de Melilla en 1924. Aficionado al cante jondo, la copla y el flamenco desde su infancia, en 1939, a los 15 años de edad, se presentó por primera vez ante el público, ganando consecutivamente siete concursos de cante, interpretando diversos géneros como fandangos, soleás, tientos, polos o cañas.

 Llegó a ser el más prometedor cantante de flamenco del norte de África y tenía grandes seguidores en el vecino Marruecos. Simpático y bromista, un día cantó flamenco al estilo árabe, según el mismo decía, y fue tal la ovación que consiguió que decidió crear el personaje de Emilio el Moro.

  En el año 1949 se trasladó a la capital española y, ataviado con la ropa tradicional marroquí: chilaba, babuchas y turbante y con la tradicional barba de los musulmanes sabios, obtuvo un extraordinario éxito que repercutió en toda España, comenzando su carrera en el 1952.

  Quizá fuera uno de los primeros que aplicó en serio el mestizaje musical de lo flamenco y lo árabe, llevando también al mundo de la copla, aunque la parafernalia externa del personaje se fue comiendo su apuesta y su verdad artística.

  Emilio bailaba y tocaba la guitarra y creó un tipo de humor nuevo que le llevó a ser una de las primeras figuras entre los humoristas españoles, versionando los éxitos musicales de la época cambiándoles la letra y aflamencándolos, aunque esto fue en detrimento de sus verdaderas capacidades como cantante.

  Siempre actuaba tocado con un turbante y acompañado de su guitarra en números que cada vez eran más humorísticos y menos musicales, teniendo también varias apariciones cinematográficas.

  Poco a poco, Emilio el Moro, que murió trágicamente en Alcoy, Alicante, en el año 1987, fue cayendo en el olvido ya que su estilo humorístico no resistió el paso del tiempo y devoró sus logros y aportaciones como intérprete.

  El cantante granadino Carlos Cano le dedicó el tema Las murgas de Emilio el Moro que incluyó en su álbum «Cuaderno de Coplas», de 1984. La canción, llena de quiebros a la lógica, llevaba la dedicatoria «Para don Emilio Jiménez, Emilio el Moro, que me alegró las colas de la leche americana y el cartón de pobre. ¡A su salud!». Era en cierto sentido el reconocimiento de otro cantante a unos intérpretes de una época, muy valiosos para el género, que fueron sacrificados en aras de una diversión perversa y deshumanizada.
Un siglo de copla, Ediciones B, Barcelona, 1ª edición: noviembre 2009. D.L.: B-38.560-2009. Diccionario de intérpretes, página 307. Manuel Francisco Reina

2010

Los grandes de la copla "A un peldaño de la fama"
 Emilio Jiménez Gallego vino al mundo en Melilla, en 1924 y tuvo una curiosa especialidad: la de cantante cómico-flamenco. Realizaba parodias de éxitos de grandes figuras. Antes de dedicarse como profesional al espectáculo se ganaba los garbanzos como pintor de brocha gorda. Era simpático y dicharachero. Y cierto día cantó flamenco al estilo árabe, medio en broma.

 Se anunciaba en sus comienzos como El Moro de Melilla. Tal éxito tuvo que decidió actuar en adelante en esa línea humorística, montando una parodia de la zambra “La niña de fuego”, que tituló “La niña de la candela”.

  Y así, en el año 1949 se presentó en Madrid, en el circo de Price, con chilaba, turbante, babuchas y una barba postiza. Anunciado como El Cantaor de las Siete Voces. Figuró en las mejores compañías de variedades. Ya con el definitivo remoque de Emilio el Moro. Atiplaba la voz, a propósito, para conseguir mejores efectos cómico-vocales, pero sabía cantar muy bien cuando encontraba el momento oportuno. Murió en su casa de Alcoy (Alicante) en 1987, abrasado, a consecuencia de una explosión de gas.
Los grandes de la copla. Una historia de la canción española, Alianza Editorial, Madrid 2010. Capítulo VIII. Las folclóricas, apartado “A un peldaño de la fama”, páginas 315 y 316.
Manuel Román

2012
25 años sin el genial Emilio "El Moro"
 El artista de Melilla, uno de los rostros más conocidos del humor español, falleció hace un cuarto siglo en Alicante.

  Sus populares letras, con las que alteraba las canciones más célebres de su época, rápidamente le catapultaron a la fama. Los últimos veinte años de su vida los pasó en Orito, en Monforte del Cid, donde fijó su residencia.

 "Con todo cariño dedico este disco a todas las suegras de España, para que se acaben las hostilidades con los yernos que son los sacrificados. Un poquito de piedad, por favor". Suena entonces la melodía de "Mi carro me lo robaron", de Manolo Escobar, con la que Emilio "El Moro" reescribe una versión muy particular. La titula "Mi suegra me la robaron". Y dicen las primeras letras: "Mi suegra me la robaron, estando de romería. Entré cuando la amarraron, porque la fiera aún dormía. Dónde estará mi suegra, dónde estará mi suegra... Me dicen que le quitaron, los dientes mientras dormía, creyendo que eran de lobos, de largos que los tenía...".

  Basta un retazo de la canción para hacernos una idea de la genialidad de Emilio "El Moro", uno de los humoristas españoles más carismáticos, que falleció hace 25 años en Alicante.

  Todo ocurrió un verano de 1987. "El Moro", operado por entonces de cataratas, quiso encender un cigarrillo con un hornillo de gas. Al parecer, se aproximó demasiado, y la explosión le provocó quemaduras graves en el 60% de su cuerpo. Fue ingresado en el hospital, donde falleció a los pocos días del accidente.
Influyente artista

 Mucho antes de eso, Emilio "El Moro" fue un influyente artista en la España de los años 60, 70 y 80, que supo aprovechar sus dotes de músico y cantante para sus actuaciones. Eso, sumado a sus ingeniosas canciones (hizo versiones de Antonio Molina, Juanito Valderrama, Conchita Piquer, Julio Iglesias, Camilo Sesto...), junto a su asombrosa capacidad para la improvisación, le auparon rápidamente a la fama.

 Su popularidad se debió también en parte a sus numerosas apariciones en televisión, donde se desenvolvía con una facilidad pasmosa provocando las risas del público. Junto a su inseparable guitarra y el fez, su habitual vestuario, como el clásico cubilete rojo norteafricano, Emilio "El Moro" era capaz de tararear un flamenquito (no se pierdan en Youtube su tema "Fandango de Cantinpalo"), lanzarse con un chiste, una canción o lo que le diera en gana.

  Lo suyo era pura vocación, pura maestría, y su original humor le abrió incluso las puertas del séptimo arte. De hecho, es conocida su aparición en la película La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona, basada en el libro de Camilo José Cela y dirigida en 1979 por Tito Fernández.

  Aunque nació en Melilla (de ahí toma su apodo artístico), Emilio "El Moro" pasó por distintas ciudades hasta fijar su residencia en Orito, en Monforte del Cid, donde adquirió unos terrenos. En esta finca vivió los últimos 20 años de su vida, cuidando de sus animales de granja, disfrutando del submarinismo (la playa no le quedaba lejos) y educando a sus hijos.

  La personalidad con la que dotaba sus canciones, le permitieron incluso camuflar sus críticas sociales y culturales contra el sistema, contra la dictadura, aliviadas en parte de carga con el humor. Emilio "El Moro" fue, en definitiva, un artista brillante y único en una época en la que el espectáculo era él mismo: como actor, como productor, como guionista, como empresario... Sin embargo, Emilio "El Moro" es hoy un personaje injustamente olvidado (la historia de este país nunca fue buena con los humoristas), y solo la figura de una guitarra, en su lápida, nos recuerda todo lo que fue en su panteón familiar en Monforte del Cid.
Diario Información, 16 de septiembre de 2012 Juanjo Payá