La chistetución

Chistes grabados en estudio en el año 1978
La chistetución Cara A

Señoras, señores, buenas noches, buenos días, buenas tardes, buenas madrugadas, según a la hora que escuchen ustedes el disco. Soy Emilio el Moro, vuestro gran admirador.
Este disco está dedicado exclusivamente al chiste corto, al chiste largo, pero sobre todo a demostrarle a todos ustedes que el chiste es del pueblo. Por eso el chiste es rico y el chiste es pobre. Escuchen ustedes, para que vean ustedes que llevo razón.
Digo esto porque esta mañana fui de compras y le dije al dependiente:
"Oiga usted señor, ¿tiene usted camisas como ésta que llevo yo puesta?"
Dice: "Sí, señor, pero más limpias".
¿Ven ustedes como es así? Al salir de la tienda, porque mi mujer lo cumple todo siempre el mismo día: el 12 de octubre, El santo y cumpleaños. Y le compré un collar, y al salir de la tienda me preguntó un amigo que me encontré:
"Hola, Emilio, cada vez que me alegro te veo, ¿de dónde vienes?"
Digo: "Mira, de comprarle un collar a mi mujer".
Dice: "Yo a la mía la llevo suelta".
Luego en otro, en otro establecimiento había un señor comprando unas medias, y le dice el dependiente: "¿De las caras o para su señora?"
En el metro y en los pasos de peatones se escuchan muchas cosas graciosas también. Un día escuché a un señor que le decía a su amigo: "Oye Antonio, tu mujer nos está engañando a los dos".
Los niños me encantan, y por eso les voy a contar un cuento. Antes del cuento les voy a decir esto que me dijo un niño:
"Emilio "El Moro", Emilio "El Moro", ¿si un hombre te dice idiota, si un hombre te dice idiota, tú qué es lo que haces?"
Digo: "Pues según la medida que tenga".
Bueno, pues el cuento que les voy a contar es muy bonito, es muy bonito. Verán ustedes como les va a gustar, sobre todo a los niños, que me encantan. Y empieza así:
Era una linda princesa
que andando, andando, andando,
tropezaba con sus trenzas.
Iba por el bosque cantando aquella cancioncita de todos los cuentos:
La la ra, la li la,
la la ra, la la ra, la li la.
Y le sale una voz por el bosque que le dice:
-Princesa, princesita.
-¿Quién me habla por estos alrededores tan verdosos y tan solitarios?
-Soy yo, la ranita.
-¿Y dónde te encuentras, que no te encuentro?
-Estoy aquí, junto al mismo borde de tu pie derecho, según miras para abajo, a la derecha.
-Mira, por poco te piso. Qué colores tienes. Toma, sube, a la palma de mi mano, súbete, súbete, ahí, despacito. Bien, eso es. ¡Qué colores más bonitos tienes, ranita!
-Si yo no soy la ranita, soy el guardabosques.
-¿El guardabosques?
-Sí, es que estoy encantado.
-¿Y qué puedo hacer para ayudarte?
-Pues méteme en tu pecho y me desencanto.
Y entonces, queridos amigos y amiguitos, la princesa se metió la ranita en el pecho y ahí se acabó el cuento.
Bueno, ahí se acabó el cuento que le contó la princesa al príncipe cuando la cogió con el guardabosques.
¿Os ha "gustao" el cuento? Bueno, pues hay muchos más.
En un circo en Londres, porque yo voy a Londres muy a menudo, vi a un señor meterse en la jaula de los leones. Le pregunté:
"¿Es usted el gran domador Wilson?"
Y me contestó: "No, señor. Yo soy el que le peina las melenas a los leones y le limpio la dentadura".
Bueno, pues siempre que voy a Sevilla, como ustedes saben yo voy continuamente, dando vueltas, y la primera vez que intenté subir a la Giralda, a la mitad del camino descansé un rato con la lengua fuera. Bajaba una señora con el cigüeñal puesto, ya preparada para... O sea, en cinta magnetofónica. Y le pregunté:
"Señora, ¿queda mucho?"
Me dijo: "Dos meses".
Y le dije a mi hijo: "Ves tú, no se puede subir. Aquí no se llega nunca".
Cuando bajé me dice el portero que estaba abajo:
"Qué corbata más bonita lleva usted".
Digo: "No, si es la lengua".
¿Y los niños? Con los niños me río yo mucho. Dicen cada cosa más bonita. Se lo voy a explicar, las cosas que me ocurren con ellos. Un día le pregunté a un niño de cinco años que de dónde eran sus padres. Me dijo que su madre era de España y su padre de Málaga.
Los niños están hartos de que se les pregunte siempre lo mismo: "¿Cómo te llamas? ¿Qué edad tienes? ¿Te quieres quedar conmigo? Dame este juguete para mi niña". Yo creo que a los niños hay que hablarles de otra forma. Por ejemplo, si hace deporte, si sabes nadar. Un día le pregunté a uno:
"¿Tú sabes nadar?"
Y me contestó: "Yo sí sé nadar porque, yo sí sé nadar, pero que ayer me tiré al agua y me ahogué y no lloré".
Este niño tiene una madre muy graciosa. Lo sabe hacer todo y no sabe hacer nada. Un ejemplo, me pone un poquito de café y le digo:
"¡Qué café más rico, Matilde! sabe a té".
Dice: "Te equivocas, porque es chocolate".
Para el santo de mi Pilu le compré en una joyería un reloj muy pequeñito. Creí que me habían "engañao", pero me convencí de que no, porque con lo chiquitito que era le llevaba una hora al de la Puerta del Sol.
Como era sábado por la noche, y como es natural, me encontré a un borracho. Le dije:
"Qué buena borrachera llevas".
Y me dice: "¿Usted ha visto? Bueno, pues ahora voy, voy a mi casa y mi mujer le pone faltas".
¿Os acordáis de aquel amigo que yo tenía tan gracioso que se llamaba Nicolás? Pues el día que se murió lo sentí tanto que todo lo puse de luto en casa: las sábanas, las almohadas, las toallas, las paredes. Hasta un canario que tenía lo cambié por una golondrina.
Al salir de los toros un día también me encontré a un borracho en el suelo diciendo:
"Le doy mil pesetas, le doy mil pesetas al que me lleve a mi casa".
Y pasó otro más borracho que él y le dice: "Qué lástima de jornalito que me estoy perdiendo".
Pues éste que acaban ustedes de escuchar se llama Lorenzo. Casi más gracioso que Nicolás. ¡Me contaba unas cosas! Dice: "Mi mujer es, mi mujer es muy ahorrá. Míra que ahorra mi mujer; en, en la vida, en la vida, siem... siempre me pone los pescuezos de las gallinas, las patas de los cerdos, las alas de los pavos..." Y cuando yo fui con él a su casa, dice: "María, que traigo a Emilio a comer". Y puso lo mismo, los pescuezos de las gallinas, las patas de, de los cerdos, y le dice este hombre a la mujer: "Pero, María, ¿cuándo le voy a ver yo el cuerpo a estos animalitos?"
La mujer es que estaba harta de él, de verdad, porque además le pegaba, y eso, eso se lo quité ya últimamente yo. Le pegaba. Pero lo quería mucho, la mujer quería mucho a Lorenzo. Una vez Lorenzo se quiso ahorcar, para asustar a la mujer, más que nada. Puso la cuerda en la buhardilla, en la viga, y en vista de que la mujer no subía, pues se fue al bar. Se emborrachó otra vez y cuando llegó, le dice la mujer:
"Oye, ¿lo que has puesto allí arriba te va a servir o lo quito?"
Ya ves si tiene gracia este hombre, porque es del pueblo este... ¿cómo le llaman, que no me acuerdo? Villatortas de la Calzada. Ahí, el pueblo ese tiene una gracia... Las fiestas, las fiestas las hacen en los días 31, 32 y 33 de febrero, en honor a su patrono. Y los bandos que ponen ahí para las fiestas, yo tengo dos o tres programas, que los quiero publicar en mi libro de chistes que voy a hacer ahora, y dice:
"Día 31 a las 6 de la mañana si hace sol, gran diana por la banda de bizcos de la localidad, Los Soporíferos, que recorrerán las calles quitando las piedras para que no tropiece la procesión. Habrá baile de sociedad en el patio de la farmacia, se ruega a la gente que no tiren las botas y el calzado usado al pozo porque luego las medicinas saben a cuero. Los niños no deben de meterse los cohetes en la boca porque este año estallarán. Y el único que podrá insultar será al alcalde. Habrá carretas y carretones en la fábrica de bastones. Y carreras de sacos por las tapias del cementerio. Y al final se rifará una gran locomotora de la [...] fábrica de la localidad".
Ya ven ustedes si tiene esto gracia. Bueno, pues el alcalde es jorobaíto, multimillonario, (pero él dice que no le importa), se pega una vida, se va "pa" arriba, se viene "pa" abajo...el último tango. En las fiestas, el día 33 de febrero, dice Lorenzo, pilló una borrachera de las que pilla él, que en vez de "cuatro" dice "trapo", y se cayó de espaldas, como una cucaracha empezó a dar vueltas, y su compadre, que también tiene mucha gracia, dice: "A éste lo cojo yo como un trompo".
Pues me sigue contando Lorenzo, me sigue contando Lorenzo de que resulta de que cuando lo cogió, dice: "Fíjate, en vez de cuarenta vueltas has dao diez "na" más, menos mal que te he cogío a tiempo, pero se te ha pinchao la joroba. De "pa" ese nada, esto hay que ir al médico. Y tu mujer veremos a ver cómo se la arregla ahora "pa" plancharse, "pa" plancharse la chaqueta con un cántaro. Tú tienes que ir al médico, porque el médico ha "estudiao pa viví". Y cuando te mande las medicinas, tú te vas a la farmacia, y el farmacéutico te da las medicinas, porque ha "estudiao pa viví". Y cuando tú cojas las medicinas, las tiras. Porque tú no has "estudiao", pero tienes derecho a vivir también".
Y llegó el médico. Y el médico precisamente me contó esto a mí. Que lo curó, que lo puso bien y que tal. Y me contó que una marquesa llegó y lo mandó llamar.
"Señora marquesa, ¿me quería usted para algo?"
"Sí, mire usted, el niño, que yo no sé lo que tiene, que está... ¿Por qué no lo purgamos?"
"No me hable usted de purgas, señora. Eso es muy antiguo. Este tarro. Mañana vengo yo".
Al otro día: "El niño sigue igual, doctor, ¿por qué no lo purgamos?"
"Que no me hable usted de purgas. Estas pastillas. Mañana vengo yo".
Y al tercer día, estaba el niño jugando en el jardín,
y dice el médico: "¿A que me lo han purgao?"
Pues pasando a otra cosa, señores, el mundo, como ustedes saben, anda loco. El mundo, lo que es la bola. Yo creo que la mitad del mundo no sabe lo que dice y la otra no sabe lo que escucha. Hoy la gente tiene la cara, en vez de estar contento, porque va subido en un coche, está "sentao" tranquilamente, lo lleva a todos sitios, ¿no?, tiene la cara como un pie descalzo. Aquello era muy bonito, "Sonría, por favor". Esta mañana había una familia con los niños y con la puerta abierta y le dije:
"¡Cierra la puerta!" Y me dice el tío: "¡Y yo en la tuya!"
O sea, que no se le puede hablar a nadie.
En un bar, me estoy tomando una copa y llegó un señor y pidió una ración de gambas con chocolate. Qué asco, ¿verdad? A mí me gusta mucho la leche condensada con anchoas, pero, ¿gambas con chocolate? ¿hasta dónde vamos a llegar?.
Es que la gente anda loca, no saben lo que comer. Piden, piden unas clases de comida que... En el restaurante ustedes saben que hay cola, "na" más que en los restaurantes, y sobre todo los domingos. Pues yo estaba "sentao" en una mesa y llegó un señor y me dice: "¿Me da usted su permiso?" Digo: "¿Pa qué?" Dice: "Pa sentarme aquí". Digo: "Pues siéntese". Y pidió cuatro pollos, siete platos de callos, ocho cabezas de cordero, cuatro flanes, catorce plátanos, una copa de coñac y un café.
Y le dice el camarero: "Oiga usted, señor, usted sería tan amable de pagarme, porque ahora viene el relevo de los camareros y yo me tengo que marchar para mi casa".
Dice: "Pues lo siento, pero no tengo una gorda".
Dice el camarero: "Anda ya, eh".
Dice: "No, no, que no tengo nada".
Dice: "Hombre, si se ha comío usted la tienda".
"Pues no tengo dinero".
"Mire usted que yo llamo al dueño ahora mismo".
Dice: "Pues llámelo usted".
Llegó el dueño, dice: "¿Qué me dice este hombre? ¿Que no tiene usted nada?"
Dice: "Bueno, nada no, hasta hace poco tenía hambre, ya ni eso".
"Pues mire usted que yo llamo a un guardia ahora mismo".
"Pues llámelo usted".
Como a esa hora los guardias también tienen que comer, pues ni un mísero casco por la calle.
Y llega este señor y dice: "Bueno, mire usted, los negocios me marchan muy bien y no quiero jaleo. Márchese de aquí. Pero hágame usted un favor".
"¿Qué favor?"
"Pues que lo que ha hecho usted aquí, que lo haga usted ahí enfrente".
Dice: "Si ahí enfrente me han mandao aquí".
Pues salí del restaurante y me encontré a un amigo. Qué alegría, señores, da de ver a un amigo que hace muchos años que, que no se ve. Hasta inclusive me dijeron que había muerto. Nada, estaba tan vivito y coleando.
Y allí lo vi. Y él me vio a mí, y nos vimos los dos
y me dice: "Mira, Emilio, ya nos hemos visto".
Digo: "¿Has visto? Pues pa que veas".
Digo: "Hay que ver, siempre nos estamos viendo".
Digo: "Pero, chiquillo, ¿tú qué haces aquí?"
"Pues, mira, que estoy haciendo edificios y cosas".
Digo: "¡Hala! Tú también andas haciendo casas y..."
"Yo sí, hombre, estoy haciendo una casa, pero no te vayas a figurar tú que estas casas que yo estoy haciendo son como las que hacen, que se entera el vecino de lo que tú hablas y la televisión la escuchas y el otro se la ahorra. No, no, no, aquí no. Yo las casas que estoy haciendo las estoy haciendo a conciencia". Y dice: "No, vente pa acá".
Y me llevó a su, al edificio que estaba haciendo.
Dice: "Ponte ahí detrás del tabique".
Y me dice: "Emilio, ¿me oyes?"
Digo: "Y te veo".
Digo: "Lo que siento es un cosquilleo en la planta de los pies desde que he llegao aquí".
Dice: "Bueno, es que están pintando los techos de abajo y por eso será".
Total, salimos de la casa, nos fuimos a tomarnos un whisky de Huesca, y le digo: "Bueno, y los niños, ¿qué? ¿Cuántos tienes?"
Me dice: "Cuatro. Ahora, estoy contentísimo con el Manolín, el Manolín este lo firma to".
Dice: "Pero él quiere pluma. Fíjate si el niño, que tiene ahora mismo 18 años, él no quiere bolígrafo ni na, ¡pluma na más! Y to lo firma él. Los pagarés, lo de siempre, y en el banco están locos. Y venga a firmar, venga a firmar".
Digo: "Pero no me engañes a mí, hombre, que yo te conozco. Si los otros días vi a tu hijo por la calle con una garrafa al hombro".
Dice: "Iría a por tinta".
Mira cómo se me ponen los pies
ca vez que me acuerdo,
que me trajiste andando
de La Coruña a tu pueblo,
atravesando pinares,
montañas y riachuelos,
y caminos vecinales,
carreteras y senderos.
Bajando por la montaña,
llegando ya casi al pueblo,
se me cayeron las uñas,
toas las uñas de los dedos.
Con los pies llenos de llagas,
y faltándome el aliento,
tú me cogiste del brazo
y yo te agarré del pescuezo,
te saqué la lengua fuera,
huy, por lo menos doce metros,
y te dije un disparate
que ni recordarlo quiero.
Tú crees que yo soy como un camello,
hice el camino sediento,
y ni siquiera te dignaste
a convidarme a un refresco.
Ahora que tú me las pagas,
ay, si me las pagas.
En cuanto que llegue al pueblo
me acordaré de tu padre
como te lo estoy diciendo.
Y dices que me querías
porque era un muchacho apuesto,
y tu maldad te ha llevao
a dejarme medio muerto,
así que hemos "terminao",
y ya se acabó lo nuestro.
Tú te quedas con tu madre
y si no con tos tus... ¡CORTEN!
Estas carcajadas que me recuerdan, señores, el verano "pasao" en la playa, que habían tres mariquitas bañándose y uno se estaba ahogando.
"¡Ay, la Antonia! ¡La Antonia se ahoga, sacadla! ¡Vamos, venga, hazle palanca! ¡Con los brazos! ¡Pa arriba! ¡Pa abajo!"
Y el mariquita no hacía na más que echar, como una ballena, agua por la boca y agua por la boca, hasta que se dio cuenta uno y le dice: "¡Pero sacarle el trasero de la orilla, que hace bomba!"
En una barbería me estoy afeitando y llega un señor con un niño. Le dice al barbero: "Buenas". "¿Qué va a ser?" Dice: "Lo que usted quiera, un cafelito". "No, no, que qué va a ser". "Ah, pues nada, que me tiene usted que lavar la cabeza, me tiene usted que esollar, me tiene usted que la barba, en fin, me lo tiene usted que hacer todo". "¿Sí?" "Sí". Cuando ya terminó dice: "Mire usted, maestro, me voy a ir yo a mi casa porque se me ha olvidao el dinero, pero aquí le dejo el niño, vaya usted arreglándolo". Este hombre tarda un cuarto de hora, media hora, dos horas, y le dice el barbero al niño: "Niño, ¿y tu padre? ¿No viene o qué?" Dice: "Si ése no es mi padre. Es un señor que me he encontrao por la calle y me ha dicho: 'Niño, ¿te quieres pelar gratis?"
En las barberías se escuchan cosas también muy graciosas, porque es que resulta de que llegó uno, dice: "Oye, Pepe, ¿qué te parece Agustín, que se fue a América con unas alpargatas y ha venido con treinta millones". Y dice el otro: "¿"Pa" qué quiere ese tío tantas alpargatas?"


La chistetución Cara B

Una mujer que lloraba,
una mujer que lloraba
la muerte de su marido,
y en el bolsillo llevaba
la carta de su...
¡Ay, qué malas son las mujeres!.
Sí, señores, esto le pasó a un amigo mío, que llegó a su casa,
dice: "María, que yo no fumo y aquí huele a puro, ¿qué pasa? ¿Me estás engañando?"
"Pero, Ramón, ¿otra vez con los celos?"
"¡Que no es celo, hombre, que ahora mismo le pego fuego a la casa!"
Y sale una voz del armario que dice: "¡El armario rápido por el balcón!"
En un cuartel que hay un "soldao" que está llorando en la fuente, la fuente del cuartel. Se acerca otro y le dice:
"Juan, ¿qué te pasa?"
Dice: "Mira, que se me ha muerto mi padre".
Dice: "Oye, como que esta fuente tiene mala sombra. Ayer vine yo, y se me perdió el tapón de la cantimplora".
Le dice al capitán un "soldao":
"Eh, mi capitán, ¿me da usted permiso para ir a ver a mi madre?"
Dice: "¿Con qué objeto?"
Dice: "Con una bicicleta que me deja un amigo mío".
Y las exageraciones, las exageraciones de los andaluces. Me dice uno esta mañana: "Emilio, ¡qué paella no nos habrán puesto, que "na" más que de perejil dos millones de pesetas!"
"Papá, he visto una mujer más alta que la Giralda".
Dice el padre: "¡Te he dicho cien mil millones de veces, niño, que no exageres!"
De toros:
Un "picaor", que lo tira el caballo, y los monosabios lo ponen del revés,
y le dice uno del "tendío" al "picaor": "¡Al toro, que es una mona!"
Dice: "¿Una mona, y se ha "comío" medio caballo?"
Un padre recibía de su hijo, que tenía veinte años, de vez en cuando una carta diciendo:
"Papá, Bilbao, cuatro vueltas al ruedo. Sevilla, tres vueltas al ruedo. El día 25 en Madrid".
Dice: "Pero, ¿que mi hijo es torero? Pero, ¡hay que ver! Pero, ¿cómo es posible esto, eh? Y además me lo dice también que está con Antoñito, que están los dos juntos, que se llevan muy bien. Seguramente será el peón de confianza, o el mozo "espá" Ah, pues, vamos, María, vamos a ir a ver al niño que torea en Madrid".
Llega el padre a la plaza de toros y se encuentra al amigo del hijo. "¿Y mi niño? ¿Qué? ¿Cómo está?" Dice: "Ya le hemos "dao" cuatro vueltas al ruedo, mire usted, Don Miguel, hemos "vendio" dos camiones de cerveza".
El día de la Merced, en la cárcel de Carabanchel, nos llevaron a varios artistas, y a mí me dijeron que fuera a cantarle allí a los presos, y yo con mucho gusto pues fui.
Al entrar me dice el guardia que estaba en la puerta: "Adiós".
Digo: "Adiós no, hasta luego, que yo vengo aquí a cantar y voy a irme enseguida".
Cuando entré estaba el cura hablándole a los presos, y les decía: "Queridos hermanos, amaos los unos a los otros". Y sale una voz de un rincón que dice: "¡Pero si no nos dejan!"
El nombre de la suegra siempre hace gracia, yo no sé por qué. La gente no tiene en cuenta que nuestras madres son suegras también. Yo quiero mucho a la mía. Yo conozco a una, que ésta yo creo que es por lo que vino el lío, que les voy a poner como ejemplo.
El yerno, que es muy amigo mío, muy trabajador, muy "honrao", muy buena persona, se llama Gracia. Tiene nombre de propina.
Bueno, pues en vez de despertarlo por la mañana, como todo el mundo lo hacemos. Los niños, las ocho: "Niños, al trabajo, niño, que las cabras van "pallá"". Ella no. "Patás" en los riñones, tirones de pelo.
Y lo cochina que es, la tía. Qué asco. La cosa es que se lava "to" los días, lo que es que nunca cambia el agua. Eso es un lío. Se mete en el wáter y se salen las ratas a tomar bicarbonato. Es muy cochina.
Una vez le digo: "Catalina", porque se llama Catalina, es la única Catalina que no ha ido a la fuente. Y digo: "Ya le van saliendo las canas".
Dice: "No son canas, son liendres". Qué tía más cochina.
Pues yo le regalé una pastilla de jabón del lagarto, el año "pasao" Este año he "pasao" por allí, por su casa, y estaba la pastilla entera, pero sin el lagarto. Hasta el lagarto se había "aburrío" de no servir.
Señores, si se limpia el "pompi" con el mantel de la mesa y le dice a la gente que es "quemao" de la plancha. Es muy cochina.
Una vez le regalé en una verbena un clavel, se lo puso en la cabeza y le agarró.
Pues como digo con el yerno tengo negocios, entre ellos una barbería también, y cuando fui a hablar de los negocios, no me acordaba yo dónde vivía en el barrio aquel y le pregunto a un vecino:
Digo: "Óigame usted, ¿Catalina dónde vive?"
Y me dice el vecino: "Pues mire usted, sigue usted esta calle recto y el mismo olor lo lleva".
Y di con la casa, tranquilamente.
Y entonces estuvimos hablando con, con el yerno, y dice que a la barbería que iban muy pocos clientes, porque éste pegaba cada corte. Y encima le daba, cuando terminaba de afeitar un hombre, le daba un buche de agua, y si no se le salía le decía: "Hale, que esto está "arreglao"".
Cortaba mucho, sobre todo a los viejecitos los descuartizaba.
Digo: "Chiquillo, pero ponle, ponle a los viejecitos sobre todo, ponle una bola de madera".
Y con eso le iba muy bien.
Una vez se metió un viejecito, dice: "Aféitame. Y esta bola, ¿"pa" qué es?"
Dice: "Pa que no lo corte, "pa" no cortarlo".
Y dice: "¿Y si me la trago?"
"Pues me la trae usted mañana, como hacen todos".
Es que tenía allí, me daba mucho miedo, porque tenía una vitrina grande, con siete u ocho cabezas, y digo: "Oye, ¿y esto qué es?" Dice: "Pues mira, trabajillos que se me echan a perder".
Pues salimos de su casa y nos fuimos a tomarnos una copa y me estuvo explicando que le habían "pegao" una "guantá" hacía dos días.
Digo: "Pero, ¿por qué? Algo habrías hecho tú".
Dice: "¡Yo, qué va, hombre! Le pedí fuego a uno, me pegó una torta, pero, ¿tú te crees que hay derecho?"
"Pero, ¿qué hiciste tú?"
"Yo no, cuando le devolví el puro, le di una "chupailla" y un beso en el bigote, pero, ¡no creo que sea "pa" tanto!"
Luego me estuvo contando él de otras cosas, porque tiene mucha gracia:
Y dice que llegó un señor, un mendigo, y le dijo a un señor: "¿Me da usted un duro, amigo mío?"
Dice: "Ninguna de las dos cosas, porque ni usted es amigo mío ni tengo una peseta".
Los chistes, como siempre digo, salen así.
Una vez le dije a un señor, digo: "¿Tiene usted una cerilla ahí, por casualidad?"
Dice: "No, señor, por casualidad no, porque he "comprao" una caja esta mañana".
¿Y qué me dicen ustedes de los cazadores? Yo siempre los comparo con el parchís. Sí, porque matan uno y cuentan veinte.
Había un cazador amigo mío que me contó que iba, que iba cazando una perdiz, dio un tiro y la perdiz "pa" abajo, este hombre corriendo, la va a coger y la perdiz "pa" arriba otra vez, otro tiro, la perdiz "pa" abajo, la va a coger otra vez, "pa" arriba, y así nueve horas. Por fin se echa encima de una piedra, dice: "Matarte no, pero de España te echo por la gloria de mi padre".
Pues se parecen mucho los cazadores a los pescadores. Aquí en el muelle de Barcelona estuve una vez viendo de pescar, porque yo siempre pesco con veinte o treinta cañas, sí, porque me divierto más viendo que pescando, y así me ahorro el transportarlas. Pues resulta de que le digo a uno:
"Bueno, usted lleva ya dos horas ahí con la caña metía. Se la habrán "comío", ¿no?"
Dice: "¿El qué?"
Digo: "La carnada".
Dice: "¿Qué carnada?"
Digo: "Hombre, usted le habrá puesto un poquito de sardina, una gamba, algo, ¿no?"
Dice: "¡No! Yo le pongo un duro y que se compren ellos lo que quieran".
Y ahora, pasando a otra cosa, señores, el español en Madrid, y sobre todo por la noche... le encanta tocarte el pito. Perdón, el claxon, el claxon. De esto yo puedo hablar mejor que nadie puesto que vivo donde ustedes tienen su casa, en Fuencarral 101. Precisamente encima de una fístula. La gente le llaman drugstore, pero si yo le llamo fístula es porque no se cierra nunca.
Los coches pitan tan fuerte que me levanté una noche para hablar con la policía que está siempre en su coche, de patrulla.
Le pregunté a un guardia muy simpático: "Oiga, agente, ¿por qué pitan los coches?"
"¡Hombre! ¡Porque están bien de batería!"
"Pero, existe la ley del silencio, ¿no?"
"Sí, pero no la respeta nadie, y nosotros menos. Ya ve usted la que formamos con la sirena y usted mismo con las voces que está pegando. Y si le pongo el caso de los bomberos, ¿qué me dice?"
"Pero eso es de tarde en tarde, hombre, y según las bombonas que exploten. El caso es que los coches no me dejan dormir".
"No, perdón, usted dice los pitos. Porque cuando un coche se meta en su casa y lo moleste, nos llama usted, que para eso estamos nosotros".
"¿Para qué?"
"Para marcharnos a casa a descansar, que también tenemos derecho, y mandar a todos a hacer puñetas".
Total, que en el manicomio o en el cementerio es donde está uno mejor.
Bueno, y ahora pasando a los Reyes, ¿qué tal? Aunque esté aquí en conserva, os pregunto a todos los niños que me escucháis, que qué os han "regalao" los Reyes. A mí me han "regalao" muchas cosas, ¿eh? Yo me alegro mucho de que estéis muy contentos todos, porque estos Reyes también me he divertido mucho. Verán ustedes qué sorpresa me llevé.
Ocurrió en Sevilla. Yo tengo una compañera del teatro allí y resulta que fui a verla. Es viuda... y por eso fui. Y no estaba ella en casa, habían cuatro o cinco niños, entre ellos una niña, y sobre todo había uno que tenía unas gafas de éstas gordas, con... con pecas. A mí el niño este me mosqueaba mucho.
Y entonces dice: "Oiga usted, la señora Antonia no está. Si quiere usted esperarla..."
Digo: "Sí".
"¿Cómo se llama usted?"
Digo: "Pues, mire, soy Emilio el Moro".
"¡Ay, qué alegría, qué bien! ¡Cuéntenos usted un cuento! ¡Cuente usted un chiste! Y cuéntenos usted sobre todo lo de los Reyes, que es que estamos aquí "liaos", no sabemos lo que... cómo son los Reyes".
Y, los Reyes, yo le expliqué a estos niños, lo que son los Reyes. Lo que nos han dicho siempre nuestros padres. Los Reyes son reyes, pero se ponen chiquititos, se ponen grandes, suben por los balcones, dejan los tambores, dejan las cosas, y por fin, por la mañana ya amanecen todos los juguetes en las casas.
Cuando estaba contando esto se apagó la luz, y me dice el niño, (el niño de las gafas): "No se preocupe usted, señor. Esto es falta de fuerza hidráulica por incapacidad cúbica en el líquido elemento empantanado. Sígame usted hablando de los Reyes".
A mí se me puso la cara "colorá" como un tomate verde. Por fin vino la luz y vino la señora.
"¿Qué hay, Emilio? ¿Cómo estás? Perdóname, que es que se ha muerto el marido de abajo y le he "tenío" que ayudar a la señora".
Digo: "Vaya, menos mal, que me has "salvao"".
Y me dice el niño: "No se preocupe usted tampoco. Hasta que no se encuentre la piedra filosofal que garantice la eternidad física humana, no tendremos más remedio que "morirnos" todos, sígame usted hablando de los Reyes". Luego me enteré de que era un sabio alemán liliputiense que estaba allí "realquilao"
Pues a los dos meses me enteré de lo que ocurrió en aquella casa con la muerte de aquel hombre. Este señor que se llamaba Andrés, que es el que murió, que ahora ya ha muerto de verdad, pues resulta que se llevaba muy malamente con la mujer, y llegó a su casa:
"¿Qué hay de cena?"
Dice: "Pues, hay huevos".
Dice: "Bueno, me voy a comer un huevo".
Y dice la mujer (de éstas mandonas):
"Tú te vas a comer dos".
Y él: "Yo me voy a comer uno, María".
"Tú te vas a comer dos".
"¡Que me voy a comer uno!" Le da el ataque y este hombre muere.
Y resulta de que le dan la noticia a Ironside, que vivía arriba. Bueno, un señor que estaba como Ironside. Le dan la noticia y dice este hombre: "Ya lo ha "matao", ¿verdad? ¿No te lo dije yo? Si es que muy mala esta mujer. Si es que, es que no se "pué" vivir con esa mujer".
Y le dice el niño mayor, en este caso ya a Ironside: "Papá, ¿quieres que te lleve en brazos? Porque es el primer piso, y "pa" no bajar con... ¿eh? Yo te llevo y tú lo velas". "Sí, anda, llévame".
Total que lo sentó al lado de Andrés, el fiambre, y a las cinco de la mañana, como a este hombre le dio un ataque epiléptico, pues resulta de que volvió en sí, y como tenía los huevos en la cabeza, pues seguía lo mismo:
"¡Yo me voy a comer uno!".
Ustedes calculen en un velatorio esto, el último salió el primero, y el pobrecito Ironside allí, mirando al otro "sentao" con el pañuelo en la cara, dice: "Bueno, tú te vas a comer uno porque yo no tengo aquí mi carrito, si no, te ibas a comer lo que yo sé".
Donde yo me divierto mucho es en las audiencias públicas. Me encanta ir, porque siempre se sacan cosas para el chiste, para reírse, para, para vivir. Yo asistí una vez a una audiencia de éstas y resulta de que el juez era tuerto. El "abogao" defensor tenía una sortija de oro en la mano derecha y además le estaba grande. La sortija pesaría aproximadamente 400 gramos.
Y dice el "abogao" defensor dirigiéndose al jurado: "Señores del jurado, se acusa a mi patrocinado de haber robado la mísera, irrisoria y corta cantidad de treinta millones de pesetas. Pero fijarse bien pa quién robó: ¡Pa su madre!" Y al decir "¡Pa su madre!", con la mano también, se le escapó la sortija, le pegó al juez en el ojo bueno, el juez tocó la campanilla, y dice: "Se acabó la vista, señores".
Luego asistí también a otro, que también tuvo mucha gracia. El "abogao" Ahí entré cuando estaba el "abogao" diciendo: "Señoras, señores del jurado, mi patrocinado ¡es inocente!" Y dice el acusado: "Entonces, ¿me puedo quedar con el reloj?"
Luego yo me hice muy amigo de este, de este "abogao", que me llevó a una cátedra que tenía su tío, y este señor, el catedrático este, no digo su nombre, pues es muy repipi. A mí me... a mí me encanta oírlo, pero... no se debe de hacer así, porque tenía estas costumbres.
O sea, en vez de decirle, por ejemplo, a un alumno: "Nene, dile al camarero que venga", o: "Tráeme un café".
No, "Caballero alumno, levántese del sitio que ocupa y oprima el aureo botón para que a su sonoro tintineo acuda el hombre a servir, vulgo bedel".
Así era este hombre. Y como nosotros los andaluces tenemos tantos refranes, pues cuando ya nos hicimos amistad, dice: "Mira, Emilio, los refranes hay que cambiarlos. Hay que cambiarlos porque siempre no se van a ser iguales. Y al mismo tiempo, es más señorial, más elegante, más bonito.
Tú, por ejemplo, ¿cómo dices? 'Cuando el diablo nada tiene que hacer, con el rabo mata moscas'? Eso es muy vulgar.
Se debe de decir de esta forma: 'Cuando el ángel exterminador no tiene nada digno en qué ocuparse, con el apéndice terminal, elimina dípteros'.
Es más elegante y más bonito.
Dicen: 'Más vale pájaro en mano que ciento volando'.
No, señor. Eso es muy vulgar, no se puede decir así. Se puede decir de esta forma, que es más elegante:
"Vale más volátil dentro de la cavidad metacarpiana que la primera potencia de diez pululando por la atmósfera".
"Al perro flaco todo son pulgas".
Él mismo me decía: "¿Tú cómo dices aquel refrán tan antiguo también?
"A caballo regalado no se le mira el diente".
Pues él dice: "A solípedo donado no se le "pericupea" el incisivo".
"Quien con niños se acuesta..." Esto sí, lo tengo que cortar, porque ustedes ya lo dicen. Sin embargo él lo puede decir entero: "Quien con niños se acuesta, incrementado alborea".
Sin embargo dice que el único, el único refrán bonito que tiene y bien es: "El hombre y el oso cuanto más feo más hermoso, porque el hombre que en su faz hermosura lleva, o es un Sofía o un Genoveva".
Noche oscura y tenebrosa,
tan achispado iba Antón, que pegó un tropezón, en las cumbres borrascosas.
"¿Quién se cayó?"
Y sobre los muros de un convento resonó el eco:
"Yooooooo"
"¡Mientes, que he sido yo!. Y si el casco me rompí, tendré que gastar peluca".
"Lucaaaaaaa"
"No soy Lucas amigo mío, soy el señor "F"Don "F"Antón".
"Antónnnnnnn"
"¿Me conoce ese tunante? Pues espérate un instante y conocerás mi navaja".
"Vajaaaaaaa"
"Bajaré con mucho gusto, ¿qué te crees, que me asusto?, al contrario, más me exalto".
"Altooooooo"
"¿Se cree ese fiel malvado con mil duros que he ganado hacerme callar un ma"r"chito? ¿Que calle yo? ¡Miserable!"
"Ableeeeeee"
"Vaya que no hablaría y hasta que mi boca impida como un acero taladre".
"Ladreeeeeee"
"¿Que ladre yo, es que soy algún perro? ¡Créeme que al oírte me aburro!"
"Burrooooooo"
"¿Burro yo? Pero, ¿quién eres?, dulce embeleco"
"Ecooooooo"
"¿El eco...?
Entonces, adiós".