La vecinita de enfrente, no, no,
no tiene los ojos grandes,
pero tiene dos verrugas, sí, sí,
que parecen dos tomates.
Nunca ha pintado su reja,
nunca lavó los cristales,
y la cabeza la tiene
lo mismo que un melón grande.
Y los hombres cantan
a la rueda, rueda,
ya viene la tonta,
sálvese quien pueda.
A la Lima y al Limón,
cómo quieres que te quieran
si eres una coliflor
y además nunca te peinas.
Ay que miedo y que terror,
ay que miedo y que terror,
la vecinita de enfrente
es más fea que un dolor,
y soltera se quedó.
A la Lima y al Limón.
La vecinita de enfrente, no, no,
nunca pierde la esperanza,
y espera de noche y día, sí, sí,
si hay algún tonto que caiga.
Se han casado sus amigas,
se han casado treinta novias,
y ella sigue burra y ciega
como el penco de una noria.
Y otros hombres cantan
a la rueda, rueda,
como no la pelen
cualquiera la peina.
So cabeza de melón,
cómo quieres que te quieran,
no te asomes al balcón
porque hay gente forastera.
Que vergüenza y que dolor,
que vergüenza y que dolor,
la vecinita de enfrente
en su puerta se sentó
y la gente se asustó.
A la Lima y al Limón.
La vecinita de enfrente, sí, sí,
a los treinta se ha casado
con un señor de noventa, sí, sí,
que está todo desparramado.
Lo luce por los paseos,
lo luce por los teatros.
Y va siempre por la calle
paseándolo en un carro.
Y con ironía siempre tararea
el viejo estribillo dándole a la rueda.
"Yo no me peino el melón,
pero tengo quien me quiera.
A ver si revientan todos,
que no me quedé soltera.
Ya mi pena se acabó,
ya mi pena se acabó,
que aunque yo sea burra y ciega,
éste ve menos que yo,
y al baldado lo heredo yo.
A la Lima y al Limón".